El dedo del anillo

El presidente López Obrador ha hecho de su religión política de Estado, hay ejemplos a granel.

Desde que el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que pondría en circulación millones de ejemplares de La Cartilla Moral, de Alfonso Reyes, separé las intenciones del mandatario (recuperar valores perdidos) del valor intrínseco de la obra y del momento en que las plantillas morales se traducen en guiones cognoscitivos.

No obstante, tras las reuniones del Presidente con los líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y en menor medida con los de otras facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, sospeché que la reedición de La Cartilla Moral fue más por creencia personal que como tecnología del currículo. En la Secretaría de Educación Pública la ignoran al traducir postulados en guías de enseñanza.

El presidente López Obrador ha hecho de su religión política de Estado, hay ejemplos a granel. Además, exige que se haga lo que dicta; apunta con el dedo cuando habla de conservadores y neoliberales, de corrupción e injusticia. Por ello, pienso, le gustan los “respetos” que planteó Reyes en su obra.

José Luis Martínez, secretario de Jaime Torres Bodet, suprimió de la edición original la sentencia: “Estos respetos equivalen a los ‘mandamientos’ de la religión. Son inapelables”. Reapareció en la publicación de 2019.

El presidente López Obrador actúa conforme a su credo íntimo y a su instinto político: desprecia el conocimiento experto y no escucha. Actúa acorde a lo que Max Weber, en La política como vocación, denominó la ética de la convicción, en contraste con la acción gubernamental responsable: “Sin embargo, entre un modo de actuar conforme a la máxima de una ética de convicción, cuyo ordenamiento, religiosamente hablando dice: ‘el cristiano obra bien y deja los resultados a la voluntad de Dios’, y el otro modo de obrar según una máxima de la ética de la responsabilidad, tal como la que ordena tener presente las previsibles ‘consecuencias’ de la propia actuación…”.

El Presidente es terco y su gabinete es de oropel. Los esfuerzos que hacen dependencias, como la Secretaría de Educación Pública, para paliar los efectos de la pandemia — loables, pero insuficientes— se nublan ante el credo y el optimismo del Presidente, a quien no le gusta dar malas noticias.

Sin embargo, cae en despropósitos. En su mañanera del jueves sentenció: “Por eso vamos a salir fortalecidos (de la crisis del COVID-19), o sea, que nos vino esto como anillo al dedo para afianzar el propósito de la transformación”.

De nuevo, la respuesta de Weber: “En el momento que las consecuencias de una acción con arreglo a una ética de la convicción resultan funestas, quien la llevó a cabo, lejos de considerarse comprometido con ellas, responsabiliza al mundo, a la necedad de los hombres o la voluntad de Dios por haberlas hecho así”.

EXCELSIOR

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