Entre Trump, México y la migración

Tonatiuh Guillén López*

La elección presidencial en Estados Unidos, que se realizará en noviembre próximo, está marcada intensamente por la problemática de la migración y el refugio. Durante el debate público que el pasado 27 de junio sostuvieron el presidente Joe Biden y el republicano Donald Trump fue evidente la preeminencia del tema migratorio y, sobre todo, la grosera manipulación por Trump de la aguda problemática humana.

Como si se tratara de una baraja comodín, útil para cualquier asunto, la migración irregular y la frontera con México fueron el eje de Trump para explicar –falsamente– el supuesto deterioro de Estados Unidos en todos los campos: relaciones internacionales, economía, homicidios, ingresos de las familias, empleo, salud, terrorismo, etc. Peor aún, señalando a los migrantes como una amenaza que destruye a los Estados Unidos. Más grave y peligroso discurso, no se puede.

Migrantes, tema de debate en EU. Foto: Gerald Herbert/AP

Las personas migrantes y refugiadas, sus críticas circunstancias, los derechos humanos o la escala de su movilidad son cuestiones completamente ajenas al escenario imaginado por Trump y sus seguidores. Para ellos, tampoco es relevante la legislación estadounidense en materia de refugio o las normas internacionales que protegen los derechos de estas poblaciones. Todo se reduce a excluir, bloquear, impedir, en el sentido físico del término, agitando sin consideración alguna ideologías nacionalistas, racistas y xenófobas.

Para el discurso trumpista no hay necesidad de explicaciones y carece de interés comprender a las movilidades humanas y sus determinantes. No importan tampoco circunstancias, ni la escala de los flujos humanos. Es lo mismo si se trata de mil o de 100 mil, especialmente si el origen son países pobres y de piel no blanca. Por lo menos desde el año 2015 –lamentablemente, con éxito– la xenofobia y el racismo han estado enfrente de cualquier situación migratoria irregular. El argumento ha sido el mismo: la migración procedente del sur es una amenaza para Estados Unidos, una amenaza existencial, de naturaleza. Siendo así, tener una actitud antiinmigrante se ha convertido en un criterio de patriotismo; el planteamiento es evidentemente simplón, pero eficaz.

En el rubro antiinmigrante, Trump y los republicanos tienen la partida ganada desde hace rato. En los hechos han obligado a que el presidente Biden y buena parte del Partido Demócrata se orienten hacia medidas de contención. Si bien al mismo tiempo el gobierno de Biden ha abierto alternativas de inclusión para migrantes y refugiados por vías regulares, la prioridad sigue siendo frenar flujos.

Los muros siguen fortaleciéndose, mientras que en muchos lugares del mundo los factores de expulsión persisten obligando a que miles de familias busquen alternativas de vida en otros países, como nos sucede en México de manera creciente. De este modo, de un lado se endurecen barreras y, del otro, se extienden movilidades humanas: la dura colisión resultante no es una metáfora.

Trump. Discurso xenófobo. Foto: Steve Helber/AP.

Parece inevitable que el próximo gobierno de Estados Unidos esté inclinado, de manera poderosa, a detener la movilidad humana en la frontera con México. Ese propósito ocurriría de manera extrema con el retorno de Trump a la presidencia, con severas consecuencias para centenas de miles de mexicanos y personas de otras nacionalidades. ¿Lo tiene previsto el próximo gobierno en México?

Las presiones sobre nuestro país para que se consolide como aparato de control migratorio serán mucho mayores. Lo mismo puede preverse para Guatemala y Panamá, como se vislumbra en los acuerdos recientes con Estados Unidos. Los costos humanos, incluyendo la pérdida de vidas, serán superiores a los actuales, de suyo graves. Al igual, se ampliará la masiva la violación de derechos de las personas refugiadas. Es difícil aceptarlo, pero no hay señales optimistas en el horizonte.

Para México, dicho sea con gran pesar, elevar la fuerza y capacidades de contención contra la movilidad irregular no sería un problema. Ésa es la expectativa de Estados Unidos, incluso con un nuevo gobierno de Biden. Existe amplia capacidad operativa y el Ejército, a través de la Guardia Nacional, tiene plenamente asumida la tarea de control migratorio. Además, la militarización del Instituto Nacional de Migración es también una práctica establecida.

Los acuerdos con Trump de junio de 2019 dejaron una profunda y persistente huella sobre nuestras instituciones, especialmente entre las fuerzas armadas y su vínculo con la contención migratoria. Pero no solamente. Por su cuenta, incluso otras entidades como la Agencia de Investigación Criminal de la FGR realiza acciones de control migratorio en el aeropuerto de la Ciudad de México, sin atribuciones legales evidentemente; y lo mismo hacen policías estatales y hasta municipales en algunas regiones del país. Detener a migrantes y refugiados se ha extendido como práctica ¨normal¨, tolerada, a pesar de ser completamente irregular.

Siendo así, la pregunta de fondo es si México aceptará continuar el crudo papel de barrera que impide el arribo de migrantes y refugiados a la frontera sur de Estados Unidos. O bien, si se promueve un nuevo diálogo, si se integran nuevos criterios y, sobre todo, si se ponen sobre la mesa los derechos humanos, el marco jurídico mexicano e incluso el de Estados Unidos en materia de refugio; además, si se impulsan reales estrategias de desarrollo, compartidas en la región y con terceros países.

México como barrera. Foto: Eric Gay/AP.

Adicionalmente, para el escenario alternativo sería fundamental reclamar responsabilidad a los gobiernos de los lugares de origen de los flujos migrantes y de refugio… iniciando con nuestro propio caso. Las mexicanas y mexicanos aportamos hoy un tercio del total de arribos irregulares a la frontera del país vecino, mucho más que cualquier otra nacionalidad. El buen juez por la casa empieza.

Los próximos cambios de gobierno en México y en Estados Unidos son una oportunidad para renovar los términos del diálogo y, de paso, para cambiar a los interlocutores que participan en la mesa. Sobre todo del lado mexicano sería imprescindible.

Aun reconociendo que los dados están cargados, aun asumiendo la negativa densidad de un retorno de Trump a la presidencia de Estados Unidos, la relevancia económica y social de México para el país vecino es de enorme escala, gigantesca. Esta ficha es para nada despreciable; todo lo contrario, debe estar de manera firme sobre la mesa. En estos tiempos las interdependencias son de tal magnitud y profundidad que todo rebota con la misma intensidad en uno y otro sentido, cual leyes de la física. No se puede mover una pieza y al mismo tiempo pretender que el tablero siga igual; eso ya no existe. Otros caminos son posibles.

Profesor del PUED / UNAM

Excomisionado del INM

Con información de Proceso

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