Desafíos para la educación

La pandemia no capitula. Si bien gracias a las vacunas disminuyó su letalidad, los contagios continúan. Estamos lejos de resolver las consecuencias que dejó; sin embargo, parece que el gobierno bajó la guardia y no se aboca a lo importante. En la educación nacional, por ejemplo, se habla de la pérdida de aprendizajes y el abandono escolar, pero poco de las maneras de recuperar los quebrantos.

Las secuelas malignas del covid van más allá de lo material, incluyen aspectos afectivos de docentes (enseñanza) y alumnos (aprendizaje); hay un revuelo de emociones por la falta de contacto personal y las insuficiencias de los programas remotos. Éstos no fueron inútiles, aliviaron el peso de alumnos y profesores en la educación superior. Pero en la básica, en especial para los pobres, sólo fue un paliativo. El covid agudizó problemas preexistentes: bajo aprendizaje, desamparo de sectores sociales marginados y formación y actualización de docentes.

El poco aprendizaje de alumnos de todos los niveles del sistema escolar no es un fenómeno nuevo ni culpa exclusiva de este gobierno, pero es el que menos esfuerzos ha puesto para resolverlos. Por ejemplo, desde el comienzo del presente año escolar, la Secretaría de Educación Pública no tiene un diagnóstico de cuántos alumnos dejaron de asistir. La facción mayoritaria del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación anunció que sus afiliados visitarían las casas de los niños que no se presentaron para saber el porqué de su ausencia y convencerlos de regresar. Pero, hasta la fecha, no advierte qué encontraron ni si sus gestiones rinden frutos. A la SEP le interesó más empujar su nuevo plan de estudio y marco curricular.

Varias monografías publicadas por investigadores de la UNAM, la UAM y de otras instituciones ilustran que a los pobres les llovió sobre mojado con la pandemia. Agrandó la brecha digital, tuvieron menos apoyos si caían enfermos y en los segmentos vulnerables los decesos fueron más que entre las clases medias. Las becas y las transferencias directas de recursos paliaron el hambre (al menos por una temporada), pero no resuelven la pobreza. Aunque no hay cifras disponibles, es factible suponer que en los estudiantes de estos segmentos la pérdida de aprendizajes fue mayor.

¿Y qué de los enseñantes? Quizá ningún otro gobierno en la historia (con excepción del de López Mateos) les haya dedicado tanto verbo amoroso a los docentes: “Las maestras y maestros de la nueva escuela mexicana son profesionales orgullosos de la tarea social que realizan, agentes de transformación con alta capacidad de aprendizaje autónomo y colectivo, comprometidos con el saber, la nación mexicana y, especialmente, con las niñas y los niños”. El artículo 3 apunta que: “Son agentes fundamentales del proceso educativo y… Tendrán derecho de acceder a un sistema integral de formación, de capacitación y de actualización”.

El gobierno no cumple la norma ni favorece a las escuelas normales. En lugar de ingresar a la carrera docente por medio de procesos transparentes y equitativos, como manda el artículo 3, el gobierno basifica a interinos, sin averiguar cómo obtuvieron la plaza. La pobreza franciscana congeló (disminuyó, en términos reales) los recursos para las escuelas normales y el desembolso en actualización docente ni siquiera llega a ser magro, 85 pesos per cápita para 2023. La diferencia es que López Mateos sí les cumplió.

Sin embargo, la SEP expende ilusiones. El boletín SEP 6 (9/01/2023) informa que más de un millón 100 mil docentes que asistieron a un taller de formación continua de cinco días construirán el programa analítico por grado. ¡Fácil!

La SEP prosigue con la invención del nuevo plan, mientras que deja al azar la solución de los problemas existentes. No afronta los retos.

Carlos Ornelas

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