El presidente y los panes

JULIO PATÁN. .

Uno podría pensar que aquello es una tragedia, entre los edificios destruidos, los saqueos organizados por el crimen ídem, la cantidad evidentemente nimia de despensas repartidas y los tiroteos que no paran.

Como al compañero Ackerman, al menos antes de que cayera de la gracia, a su doctor de cabecera las conferencias matinales del presidente le provocan una extraordinaria serenidad. Sí: calma, sosiega constatar, jornada a jornada, que nos lidera un hombre que lo tiene todo bajo control. Ejemplos sobran. Para no ir más lejos, el otro día sentí una tranquilidad que yo calificaría de sobrenatural, por su origen, cuando nuestro Guía nos explicó que todo bien con Acapulco. Fiu.

Uno podría pensar que aquello es una tragedia, entre los edificios destruidos, los saqueos organizados por el crimen ídem, la cantidad evidentemente nimia de despensas repartidas y los tiroteos que no paran. Bueno, pues no. Resulta que lo esencial sigue en pie: su popularidad.

Zanjadas minucias como esa, el titular del Ejecutivo ha podido ponerle atención a asuntos primordiales, como el pan. Llegó a mis ojos un video en el que el Motor de la Transformación nos explica que México tiene una variedad de panes delis que bueno, nadie en el mundo. El Doctor Patán está de acuerdo. Basta con meterse a una panadería para constatar que los tenemos en una cantidad alucinante de formas, colores y nombres. Con todo, presidente, hoy me siento en la necesidad de hacerle un reproche que espero sepa comprender.

Sé que las mañaneras son dolorosamente limitadas en tiempo y que tiene usted que atender a montones de asuntos. Entiendo, en consecuencia, que, a la hora de hablar de panadería, no puede permitirse el lujo de la exhaustividad y tiene que limitarse a ofrecer un par de ejemplos. A mí, para aterrizar la idea, me encantaría saber cuál es el proveedor de bolillos de Palacio Nacional, bolillos que imagino de una calidad a toda prueba –y que espero que no ande en las cotizaciones de la longaniza de 17 mil pesos el kilo y los chescos de 300 la lata. Pero sé quedarme con las ganas: como dicen las madres, no se puede todo.

Tampoco tengo nada que reprochar a los ejemplos que nos ofreció. No conozco Badiraguato –tierra que espero visitar pronto para darle un abrazote–, pero seguro que ese pan que recomienda, y que le regaló el pueblo bueno, conmovido por su visita, es efectivamente riquísimo. El problema, señor, es que un gran líder no puede pasar por alto ciertas cosas, a riesgo de ser injusto. Me refiero al virote. Fue una omisión grave, señor. Se lo digo con franqueza.

No es solo que está buenísimo con mermelada. ¿Ha tratado de hacer una torta ahogada con pan de hamburguesa? Estoy en condiciones de asegurarle que el resultado es atroz.

Ya que hablamos de panes, una sugerencia: ¿por qué no manda una remesa a Acapulco? Fíjese: puede ser, justamente, de bolillos, lo que le va a permitir hacer una broma llena de tacto y empatía guapachosa, muy suya: “Para el susto”. Ganar-ganar, presidente. Piénselo.

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