Encierro y escuela

Pensar que 50 minutos diarios de televisión consiguen sustituir a la escuela es una utopía

La pandemia mostró el estado desastroso del sistema de salud. Cierto, muchas de las faltas se deben al pasado, pero más a los recortes y a la displicencia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador que causaron desabasto y falta de previsión por la soberbia de pensar que aquí nada sucedería, a pesar de las señales que venían de China, Europa y Estados Unidos.

En la educación pública, dada la persistencia cultural y el peso del gremio docente (no nada más las facciones del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación), por más que quiso amarrarse como un fardo la “mal llamada” Reforma Educativa, se salvaguardaron instrumentos de control (pago centralizado de la nómina, sistema de información) al tiempo que el gobierno regresó canonjías a los corros sindicales, en especial a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.

Uno de los instrumentos de política que la Secretaría de Educación Pública echó por la borda, por ser de carácter neoliberal, fue un grupo de trabajo plural que el gobierno de Peña Nieto instituyó tras los sismos de 2017 para diseñar un programa educativo para emergencias. En ese grupo participaba la Unicef como garante de que se incluirían estándares internacionales.

En consecuencia, el programa Aprender en Casa surgió con buenas intenciones, pero con una carga de improvisación que le resta eficacia. No obstante, a pesar de que empeora las brechas de desigualdad, es lo que la SEP pudo hacer.

Pensar que 50 minutos diarios de televisión consiguen sustituir a la escuela es una utopía. Ni siquiera entre las clases medias pueden lograrse los resultados esperados, que es la insistencia de la SEP, no se diga entre las minorías étnicas, los niños con discapacidades o los que viven hacinados por efectos de la pobreza.

El encierro también encierra la mente, los niños en casa se desesperan, los padres —si es que tienen ánimos— no remplazan a los maestros ni a los compañeros.

Tal vez, si en lugar de idear una evaluación diagnóstica —que es neoliberal, dirían los fieles de la Cuarta Transformación—, nos olvidamos de que puede salvarse el ciclo —la pandemia va para largo— y pensamos en el bienestar emocional de los educandos. Dejar de lado las clases presenciales por este periodo.

Cavilar más sobre el año escolar que viene, preparar actividades para recibir a los niños de nuevo, que se reencuentren los compañeros, charlen entre ellos y con sus maestros acerca de sus experiencias. Que los docentes también compartan sus vivencias. Prolongar por unas semanas el tiempo de los recreos, dar más espacio a juegos y charlas informales.

Si, como dice la SEP, en la educación obligatoria ya se había cubierto el 70% del contenido, con eso dar por bueno el año escolar. Que todo mundo pase al siguiente y, si se puede, con su mismo maestro.

Tenemos bretes sanitarios y la crisis económica ya está aquí. No dejemos que la pandemia agrave la fatiga del sistema escolar y desemboque en una crisis de magnitudes catastróficas.

Carlos Ornelas

EXCELSIOR

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