Experiencia de ‘síndrome de la cabaña’ o miedo a dejar el hogar, tras cuarentena


La gente cree que lo que toque pondrá en riesgo su vida, alerta Paulino Dzib
Graciela Ortiz.

Antes de la pandemia salíamos a la mañana y regresábamos en la noche, toda la vida la hacíamos afuera, para lo cual teníamos un ritmo; ahora en el confinamiento la gente creó un nuevo biorritmo para poder subsistir. Ante esto, cuando se le dice que ya puede salir, aparece otro elemento que lo metió a la casa cuando se le dijo que debía quedarse en su hogar, el ‘te vas a morir’, lo que no es cosa menor. Te vas a morir si sales, estás en riesgo”, señala el sicólogo Paulino Dzib Aguilar, especialista en problemas sociales, al explicar el llamado síndrome de la cabaña, una problemática que sufren algunas personas que, luego de estar confinadas por la pandemia de COVID-19, ahora manifiestan miedo a dejar su casa.

El origen de este síndrome se remonta al siglo XX, su nombre inicial es cabin fever y se remonta a cuando los colonos estadunidenses debían pasar el invierno en sus cabañas, experimentando síntomas depresivos, de ansiedad y sensación de enjaulamiento.

Abunda que en esa situación apareció una de las emociones “que se echó a andar al mil por mil: el asco, que es una emoción establecida para cuidarnos de las infecciones”.

Esta emoción, indica, es una de las básicas; la tenemos instalada para sobrevivir a eventos enlazados directamente con la vida y la muerte: “Ahora la gente ya no quiere salir porque tiene la idea de que lo que toque, el aire, la persona que estornude o tenga un catarro, lo va a contagiar y pone en riesgo su vida; por ello considera su casa como un lugar seguro, no quiere salir y readaptarse le va a causar un problema”.

Para el también director de la Clínica en Justicia Terapéutica de Yucatán (Clijutey), la casa se convirtió en un santuario, un búnker, un espacio de sobrevivencia, ya creó dinámicas, “y ahora te dicen salte, es enfrentarte a eso que me pediste que no hiciera porque me iba a morir; entonces si salgo me muero.

“El ser humano se tiene que adaptar, el que no lo logra simplemente está fuera del quehacer de la dinámica; si se revisa cualquier espacio de la historia de la vida se observa cómo el ser humano busca estrategias para adaptarse, un rango de adaptación en condiciones difíciles como la pandemia, la guerra, un temblor, un desbordamiento de ríos, y esto es un recurso natural; de lo contrario los que no logran adaptarse se enferman con muchas posibilidades de tener padecimientos físicos y mentales graves”.

El especialista considera que éste es un modelo que ya viene establecido en nuestros genes, como una memoria colectiva, que hoy ante la pandemia se activó. “Esto no es algo nuevo, es un mecanismo biológico, también mental, para poder enfrentar lo que la vida nos presenta”.

Indica que es importante recordar eventos como el del temblor de 1985, donde un bebé sobrevivió porque nunca se desprendió del pecho de su madre muerta, o un secuestrado que desarrolla empatía con sus secuestradores para que no lo maten, conocido como síndrome de Estocolmo, “y así hay muchos ejemplos que explican el sentido de supervivencia.

“Estamos en el momento de buscar qué nos está trayendo de positivo este confinamiento, debemos voltear a ver otra de las emociones básicas que es la sorpresa, sorprendernos de lo capaces que fuimos de adaptarnos y ahora tenemos que readaptarnos; es una adaptación mundial”, puntualiza.

La situación puede complicarse también para quien pasó solo el confinamiento, por el hecho de no haber interactuado con otros seres humanos, lo que puede desarrollar un rechazo, una especie de fobia social.

Adaptación gradual

“Esto se supera con la técnica de aproximaciones sucesivas: un día sales a la puerta, otro decides hacer un pago, una compra, hasta que tomes confianza; entonces ya vas a tocar las cosas, vas a estar consciente de que no hay que agarrarse cada rato el cubrebocas, es una experiencia importante que se va logrando poco a poco”, manifiesta.

Un estudio recién realizado por el investigador con su grupo, con una muestra de 380 estudiantes universitarios de diferentes carreras de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY), reveló que la emoción predominante durante la pandemia fue la alegría.

“Encontré que el estudiante universitario dice ‘ahora pude estar con mis papás, hice cosas con ellos que siempre quise hacer’. Si bien estamos hablando sólo de un sector de la población, de gente joven, no deja de ser significativo”, explica.

No hay estudios sólidos

Para Manuel Sosa Correa, miembro del Colegio de Psicólogos de Yucatán, no ha habido tiempo para hacer un estudio serio para considerar esta serie de características como una patología.

“No estoy diciendo que no exista, pero me pregunto qué tan sano y bueno es hablar de esto cuando no se tiene un cuerpo de estudio sólido. Por ejemplo, si se encierra un grupo de personas en una casa durante cuatro meses, pues habrá alguno que le de miedo salir y otro que la va a pasar mal por estar encerrado, y cuando se les abra la puerta, algunos se van a readaptar mejor que otros, pero no pienso que vaya a ser un verdadero problema el día de mañana; creo que la gran mayoría de las personas se van a readaptar”.

El doctor en Ciencias Cognitivas prefiere ver la situación según los indicadores de adaptabilidad: si la persona puede retomar su vida con o sin miedo, más fácil o menos fácil, eso es un indicador de salud; de lo contrario, si sufre de depresión, agorafobia (temor a los espacios abiertos) u otro síntoma, “entonces eso es lo que hay que trabajar.

“A mí no me gusta verlo de esa manera, porque se le está quitando a la persona el poder de adaptarse y gestionar su vida y se le está dando a las circunstancias; una de las problemáticas del ser humano es cuando se le atribuye al ambiente, a los sucesos, a los hechos, sus afectaciones personales. Cuando es al revés y asume la responsabilidad ante su problemática, creo que es cuando hay más oportunidades”, concluye.

Edición: Elsa Torres

Foto: Notimex

La Jornada Maya

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