Las aristas filosas del triunfo

El triunfo es embriagador y perturbador, tiene las dos vertientes. Quien gana en una contienda de cualquier tipo siente por un momento la superioridad como fiel compañera. Pero luego, conforme se asientan las cosas y se dimensiona lo conseguido, se apodera del ser humano lo terrenal de su existencia. Por supuesto, todo ello, guardadas todas las proporciones. No es lo mismo ganar una partida de dominó por ejemplo, que un partido de futbol, e incluso aquí hay matices.

El triunfo se valora según el esfuerzo que desempeñas, así pues, no aprecias igual una partida de dominó que tiene lugar en algún bar, que una que forma parte de un torneo en donde te enfrentas a verdaderas figuras de este juego; tampoco es igual jugar contra un equipo mediano de una liga de futbol, que participar en un mundial de este deporte. Entonces todo depende. Pero el triunfo te deja un agradable sabor de boca, ni duda cabe.

Lo perturbador del triunfo es primero una preocupación y luego un acicate. Lo primero llega a ser un lastre, lo segundo es una motivación. Pero las dos aristas son verdaderas espadas que penden sobre el mortal que momentáneamente es poseedor de sus laureles.

He dado todo este largo rodeo para dejar sentado que ganar implica compromisos y retos que ponen al ser humano verdaderamente a prueba. El ejemplo que tocaré para desarrollar este artículo es la reciente victoria electoral del ganador por la gubernatura de la jornada efectuada en Sinaloa este pasado 6 de junio.

Todos son halagos en los primeros momentos. Desde la noche que sabe del triunfó hasta la entrega de la constancia que formaliza su victoria. Todos son buenos deseos, abrazos de buena suerte y miradas de admiración por haber logrado despertar el ánimo de la gente para salir a votar y hacerlo a su favor. Pero inmediatamente después viene la parte difícil. Tener en cuenta, primero, del inmenso compromiso que te ha caído encima y que aunque anunciaste a los cuatro vientos que estabas preparado para afrontarlo, ahora que ya adquiriste la responsabilidad de hacerlo, por así haberlo decidido la mayoría de los votantes, empiezas a aquilatarlo de real manera.

En su interior se dará forma a la convicción de que no es sencillo ser el líder de tres millones de personas, que esperaran grandes cosas de él en los próximos seis años. Además de ello, comienzan a delinearse en su mente, los retos inaplazables de reducir la violencia, de modernizar al estado, de actualizar a instituciones anquilosadas y, sobre todo, de aminorar la sempiterna desigualdad que asola al estado desde su fundación y detener, de manera urgente, el crecimiento preocupante del ejército de pobres. Cuando se mezclan la sensación de triunfo y lo filoso de sus aristas, comienza a cuestionarse si estará a la altura del reto de ser el gobernador que prometió en campaña.

Porque bien miradas las cosas, la sensación de triunfo dura muy poco y la responsabilidad de cumplir con sus promesas electorales se lleva el sexenio completo.

El gobernador que resultó exitoso prometió algo que parece simple, pero no lo es: se comprometió a transformar al estado para que en Sinaloa no exista la corrupción, se reduzca la desigualdad, se generen empleos, se someta a la inseguridad e impere la justicia. Para lograrlo necesitará un equipo con capacidades sobresalientes y de la colaboración de todos los sectores que integran el sistema productivo y de los trabajadores de las diferentes ramas.

Además de todo, se tiene una sociedad cada vez más vigilante, que estará atenta a que se cumpla con lo prometido y no se cometan excesos ni faltas en cada una de las áreas que componen el gobierno. El naciente gobierno estará sometido a un comparativo espejo de lo que realiza el gobierno federal, pues después de todo su principal compromiso es aterrizar en Sinaloa la cuarta transformación impulsada por el actual inquilino de palacio nacional.

La corrupción, como sabemos, es un monstruo de mil cabezas y no será fácil terminar con ella, es un espécimen que se reproduce y replica con mucha facilidad, sobre ella estarán muchos pares de ojos observándola para ver cómo se ataca y que resultados se consiguen. La experiencia que existe hasta ahora da cuenta de lo difícil que es derrotarla.

Atacar la desigualdad corre el riesgo de descarrilarse pronto si solo queda en puro discurso. Y lo es, porque este renglón es el que identifica el enfoque del gobierno a su política gubernamental, el ejemplo a nuestro alcance es la política social impulsada por el actual presidente de la república. El gobierno entrante estará obligado a poner en marcha una política social distributiva, que reduzca los niveles de desigualdad de las sociedades polarizadas y este compromiso puede generar agudos dolores de cabeza.

Atacar la pobreza tampoco será tarea fácil. Se necesitan modernizar las actividades económicas como la pesca, la agricultura, la minería, el turismo y los servicios en general, para que se vuelvan más eficientes y productivos y puedan elevar la distribución del ingreso mediante el pago de mejores salarios. No hay que olvidar que Sinaloa es el estado en donde los trabajadores reciben los salarios más bajos. Aquí el reto central será transformar el modelo económico por uno más competitivo y productivo, en el cual pueda lograrse el equilibrio entre empleadores y empleados.

Sinaloa continua siendo uno de los estados más violentos: Hay feminicidios, desaparecidos y desplazados, homicidios dolosos y existencia de grupos de la delincuencia organizada que se disputan encarnizadamente los territorios. Eso no se puede ocultar. Atender estos fenómenos no será fácil, porque requiere de un análisis multicausal que involucre educación, cultura y deporte. Aquí las herramientas tradicionales no servirán de nada. El mundo ha sufrido profundos cambios en los últimos años que han auspiciado nuevas olas de comportamiento delincuencial que necesitan ser entendidos para su más eficaz combate.

Las instituciones de justicia también necesitan ponerse al día. Igual que el aspecto anterior, los cambios y trasformaciones de este siglo están emplazando a este poder a ponerse a tono con las nuevas necesidades. Magistrados con mayores competencias y jueces más solventes y con sentido social, son urgencias que deberán observarse, si queremos entidades funcionales y acordes a los retos que le urgen resolver al estado y que la gente clama por ello.

En fin, las mieles del triunfo son plenas en dulzura al inicio, pero se modifican con el transcurso del tiempo que discurre inexorable, para marcar que tipos de asuntos no se están cumpliendo o, en el peor de los casos, no han sido considerados.

Con todo y ello, el triunfo expide un aroma embriagante y con suficiente fuerza para atrapar a muchos. Es cuestión de ver como se forman aglomeraciones que cometen desfiguros por tener la suerte de ser tocados por el ungido de esta gracia tan apetecible. Algunos serán señalados para gozar de su privilegio, y a otros solo el consuelo de observar de lejos como se consuma un festín más de la política.

Modesto Aguilar Alvarado

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