México, sin rumbo ante el mundo

Ricardo Pascoe.

Verborreico, no puede dejar de opinar sobre Argentina, Chile, Bolivia o sobre países como Panamá, criticando al Presidente y Canciller de este país por “falsos feministas”.

A partir de las “pausas” en las relaciones con varios países, es obvio que México carece de una política exterior. La táctica diplomática internacional que emplea el presidente López Obrador es empezar cualquier comentario diciendo que México es cuidadoso de no intervenir en los asuntos internos de otros países y es respetuoso de sus decisiones. Y, acto seguido, interviene en los asuntos internos de otros países, opinando sobre las fuerzas conservadores que todo lo destruyen en esos casos y sobre qué es lo que deberían hacer las fuerzas que para él son aliadas.

Lo ha hecho en múltiples casos en lo que van sus cuatro años de gestión. Puso en pausa las relaciones diplomáticas con España por su relación de conflicto freudiano con esa nación. Se negó a reconocer la victoria electoral de Biden, aparentemente apostando a que su amigo Trump lograría revertir el resultado electoral. En el caso de la invasión rusa a Ucrania, lo que ha destacado es la ambigüedad de la postura mexicana. El embajador mexicano ante la ONU ha expresado una posición, y el Presidente otra. La posición ante el Consejo de Seguridad y la Asamblea General ha sido de rechazo sin reparos a la invasión rusa a una nación soberana. Pero López Obrador ha abierto las puertas de México a negocios rusos e, incluso, exaltando el empleo de vacunas rusas contra el COVID-19. Y se niega a condenar la invasión a una nación soberana.

En organismos internacionales, México se ha colocado objetivamente del lado de las dictaduras, tanto en América Latina como más lejos. Más recientemente México se negó a sumarse a la condena mundial al régimen de Irán por su represión a las mujeres, colocándose del lado de Rusia, Irán y otras dictaduras que avalan “su derecho a la autodeterminación”, apoyando a una nación que utiliza la represión, encarcelamiento y ejecución por la horca a ciudadanos que protestan contra la falta de democracia.

Recientemente México ha defendido las dictaduras nicaragüense y venezolana ante la cancelación de los derechos humanos a la libre expresión de ideas en esos países, el encarcelamiento de opositores políticos y el uso de la fuerza para reprimir a quienes divergen con el régimen. Ha demandado que Estados Unidos levante el bloqueo económico estadounidense a Cuba, como lo han hecho todos los gobiernos mexicanos anteriores al suyo.

Pero ha ido más lejos en la relación con Cuba. Ha exaltado el régimen político de ese país y da indicios de que quiere repetir sus prácticas en México, como el pacto cívico-militar que está construyendo. Ha contratado a supuestos médicos cubanos para trabajar en zonas alejadas donde no hay médicos mexicanos. Sin embargo, la impresión que existe es que son expertos en contrainsurgencia, inteligencia y espionaje. Pueden ser la retaguardia de un intento por transformar de golpe el régimen democrático en México, creando una “dictablanda” para transformar al país en uno de un partido único.

Verborreico, no puede dejar de opinar sobre Argentina, Chile, Bolivia o sobre países como Panamá, criticando al Presidente y Canciller de este país por “falsos feministas”. Opina sobre quiénes deberían ganar las elecciones en Brasil, Bolivia, Ecuador y Colombia. Y, evidentemente, pontifica sobre la situación en Perú y asume el derecho a definir quién es el verdadero Presidente de ese país. También puso en pausa la relación con ese país, al igual que España. Y así como considera que Castillo estaba en su derecho constitucional a provocar un golpe de Estado, también se da el lujo de indignarse y condenar el “intervencionismo” yanqui cuando la embajadora de ese país reconoce a la nueva Presidenta peruana.

Es más, al criticar a Washington por el caso peruano, se acerca a sugerir que por esa posición no hay condiciones para realizar la reunión programada a inicios de enero entre Biden, Trudeau y López. Y así como no asistió a la Cumbre Por La Democracia de Biden en Los Ángeles y canceló la reunión de la Alianza del Pacífico, es perfectamente capaz de cancelar la próxima reunión de los tres mandatarios.

Ha enrarecido la relación estratégica con Washington, guiado por falsos principios de soberanismo latinoamericano. Ama a Trump y detesta al liberal de Biden. Está convencido que lo cortés sí quita lo valiente. Además, no le gustan estos encuentros donde es obligado a hablar con la prensa internacional porque no sabe defenderse con argumentos de altura. Solamente acepta enfrentar la prensa servil de sus mañaneras, para poder ofender “graciosamente” a quienes odia y sin cuestionamientos in situ.

Moraliza e interviene diciendo que no es intervención. Pero es una mentira tan obvia y transparente que ha logrado enrarecer la relación de México con toda América Latina y el resto del mundo. Es considerado una caricatura de gobernante autoritario que es dominado por las fantasías del poder que ejerce. Aparece como un demagogo fantasioso, guiado por un ego fuera de control y un narcisismo que lo ha cegado.

Quiso ser el nuevo gran líder de América Latina. Pensó que podría tomar un lugar junto a Bolívar, Sandino y Fidel, y, en vez de ello, ha agriado la relación de México con todo el mundo, incluyendo con aliados naturales como Fernández de Argentina y Lula en Brasil. El chileno Boric visitó México para decir que la verdadera izquierda es, hace y dice otra cosa.

La gran admiración y respeto que México y su política exterior gozaba tiempos pasados era por ser un país confiable y con palabra de honor. Nuestra ética nos permitía ser un moderador confiable en tiempos de conflicto. La defensa de la soberanía y la autodeterminación eran principios que el gobierno mexicano respetaba. Y el resto del mundo sabía que podía contar con la autoridad política y moral de México, incluso como árbitro en conflictos graves. Con el gobierno de la 4T México ha perdido su fuerza política y autoridad moral.

Hoy México es parte del problema, en vez de ser pieza para la solución a los graves problemas que aquejan a nuestra región del mundo. Al convertir maniqueamente a todo conflicto de la región en enfrentamientos entre blancos y negros, y queriendo ser el líder únicamente de un sector, México se coloca en una posición que enrarece el ambiente político regional y fortalece a quienes promueven la polarización y la violencia.

También, hay que decirlo, el hecho de convertir todos los problemas en casos entre buenos y malos, amigos y enemigos, es una fórmula para evadir la responsabilidad de promover las necesarias negociaciones entre las partes para encontrar soluciones constructivas y duraderas a los conflictos regionales. La opción que ha encontrado la estrategia destructiva de López Obrador es profundizar los conflictos para tratar de lograr que su lado gane la partida. No busca que gane el país.

Debido a ese método sectario, destructivo y divisivo que aplica México a los conflictos regionales y mundiales es que se confirma que México no tiene una política exterior. Simplemente tiene un repertorio de esquemas elementales que son el resultado de resentimientos ancestrales que afloran de la peor manera cuando se trata de otros países. Es un país sin rumbo.

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