¿Por qué AMLO asfixia a los órganos autónomos?

Chismecito Político

El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene razón en algo: es cierto que, con la llegada global del neoliberalismo, entre las décadas de los 70 y los 80, comenzó a haber un auge de los organismos autónomos. Brotaron como hongos bajo la lluvia, como él mismo dice. 

A diferencia de los estados fuertes y todopoderosos de la posguerra, que administraban, regulaban y gestionaban todos los apartados de la vida social, desde la economía hasta las relaciones políticas, tras el arribo de las ideas neoliberales surgió la necesitad de adelgazar y quitarle poder a los gobiernos, bajo la idea de que eran ineficientes y poco confiables.

El neoliberalismo germinó la idea de que era imperante quitarle poder al estado, como parte de su desmantelamiento, con la finalidad de reducirlo a meras funciones gerenciales, es decir, sólo garantizar la seguridad y el funcionamiento del libre mercado. El resto de sus funciones deberían estar sujetas a las reglas del mercado y gestionados con órganos autónomos y tecnocráticos a manos de especialistas.

Pero aquí es donde surge lo que Mark Fisher, filósofo contemporáneo británico que se suicidó en 2017, definió como la paradoja neoliberal: en su intento de adelgazar al Estado, en realidad se creó un monstruo burocrático donde surgieron instituciones de carácter autónomo a un ritmo masivo y vertiginoso. Todo con la finalidad de suplir funciones que inicialmente correspondían a los gobiernos.

El Estado lejos de adelgazar se volvió más gordo.

Lo peor es que, como dice el politólogo Peter Mair, todos esos órganos autónomos que suplieron funciones del Gobierno, fueron cooptados por las élites sin que necesariamente llegaran a ellos de formas democráticas. 

México no fue la excepción y con el inicio del neoliberalismo y el inicio del llamado régimen de la transición, funciones que inicialmente tenía el Gobierno, como la organización de las elecciones, por ejemplo, le fueron quitadas con la finalidad de dárselas a órganos autónomos de reciente creación.

De ahí la aparición del INE, por ejemplo.

El Gobierno, que debería rendir cuentas por sí mismo, es opaco y poco confiable. Por eso aparece el INAI. El Gobierno no puede dictar por sí mismo la política energética, sino que debe sujetarse a las leyes del mercado. Lo mismo que las telecomunicaciones y la competencia económica. Por eso surgen la CRE, el IFT y otras siglas.

Lo paradójico es que, como justo advierte Mark Fisher, en el camino de adelgazar el Estado se creó una burocracia dorada y gargantuesca en donde, además, los cargos de esos organismos quedaron en manos de las propias élites, sin que llegaran mediante el voto popular.

Ese es el trasfondo del desprecio que AMLO siente por esos organismos. Eso sin contar sus viejas rencillas personales, como es el caso específico de Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, a quienes repudia desde que avalaron los resultados electorales del 2006.

El problema del presidente es que, aunque tiene razón en su diagnóstico de por qué surgieron los órganos autónomos, los cuales, por cierto, han hecho un trabajo adecuado en las últimas décadas, no puede desmantelarlos ni regresarnos a un pasado que demostró ser ineficiente.

AMLO debe ser consciente que él se irá, pero las instituciones, en especial las autónomas, deben prevalecer. No ser destruidas y destazadas, como él pretende. 

Es cierto que hay abusos, excesos y una nómina dorada en esos órganos autónomos (el anterior contralor del INE, que no era cercano a Morena, advertía que era burocráticamente obeso y con gastos excesivos y superfluos), pero el camino no debe ser su destrucción, sino reformas orientadas en fortalecerlos, mejorarlos y sí, democratizarlos, porque es cierto que suelen ser espacios abiertos para las élites.

Pero AMLO yerra en el camino. Asfixiarlos no es la respuesta. Y sólo daña el futuro de las generaciones venideras, que se encontrarán a un país con un estado cada vez más débil y con instituciones aún más dañadas.

Esa es la propia paradoja neoliberal del presidente: dice que el neoliberalismo ya acabó, pero en los hechos vivimos una de sus formas más tatcheristas y agresivas. Pero esa es otra historia.

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