Regresa en dos años

Pablo Hiriart.

Claudia Sheinbaum cree sinceramente en el cuento de la cuarta transformación y en nombre de “la continuidad del proyecto” cedió secretarías y puestos clave en el Congreso

Tan espectacular es el árbol que tenemos enfrente –la reforma judicial– que nos impide ver el bosque: AMLO prepara su regreso a la Presidencia en dos años.

Ahí está el quid de la incertidumbre fabricada por él a cuatro semanas de irse.

Su adicción al halago desde que despierta hasta que se duerme, a los vítores de sus incondicionales, y de ser el personaje central de la vida pública y hasta de las conversaciones privadas, no le permitirá esperar a la revocación de mandato dentro de tres años.

Esta es su legislatura en el Congreso. Tiene, él, la mayoría calificada y no va a dejar pasar la oportunidad, como se le escapó en la primera mitad de su sexenio.

López Obrador, en su último mes de gobierno y el primero de la nueva legislatura, destruye el contrapeso del Poder Judicial.

Destruye, pues, al poder que frenó las reformas que abrían el camino a la prolongación de mandato en el primer trienio de su gobierno.

A Claudia Sheinbaum le deja la pista sembrada de minas para el arranque de su gobierno. La alta tensión política en el país y la incertidumbre económica que se vive en esta época de transición eran evitables.

Es más, no hay tal transición. La presidenta electa ha sido borrada de la escena y sólo hay un personaje central que dicta, vocifera, ríe y manda: López Obrador.

Si Sheinbaum está de vacaciones o en su despacho en algún lugar de la Ciudad de México, da igual. A nadie le importa.

López Obrador impuso la agenda del primer mes del Legislativo, con un paquete de veinte reformas a la Constitución que incluyen la destrucción de la Suprema Corte y del andamiaje sobre el que se sostiene el Poder Judicial.

Algunas de esas reformas estaban en el “plan C”, que iba a impulsar quien resultara candidata o candidato presidencial de Morena una vez que tomara posesión del cargo. Ese fue el acuerdo previo a las elecciones internas en ese partido.

Pero López Obrador las mandó a pocas semanas de irse y sus legisladores le hacen el “regalo” de aprobarlas, a la voz de ya, aunque sea en sede alterna y blindados por la policía.

Las consecuencias inmediatas son de incertidumbre para invertir en México, como señaló Banxico, y grandes empresas han decidido pausar sus inversiones hasta tener más claridad de qué está ocurriendo en el país.

Medio gabinete de Claudia Sheinbaum fue impuesto por López Obrador. Eso no lo habrían permitido ni Ebrard, ni Monreal ni Adán Augusto. Son viejos lobos de mar. Saben que al presidente saliente se le respetan ciertos espacios, buen trato a algunos de sus más cercanos, y hasta ahí.

Sheinbaum, en cambio, cree sinceramente en el cuento de la cuarta transformación y en nombre de “la continuidad del proyecto” cedió secretarías y puestos clave en el Congreso.

Desde ahí le van a mover la cuerda a la próxima presidenta cuando haga funambulismo en Palacio Nacional, sin dinero, cercada por colaboradores desleales, violencia de grupos criminales, descontrol.

¿Para qué la turbulencia de fin de sexenio creada por López Obrador, si las elecciones arrojaron un resultado tan contundente para su candidata?

¿A santo de qué la polémica armada por Martí Batres con su embestida verbal a la propiedad privada en la Ciudad de México?

Crisis de confianza.

Crisis en el Poder Judicial.

Crisis en la relación con nuestros grandes socios del exterior, de los cuales dependemos en el comercio, las inversiones y las remesas.

La estabilidad económica, de pronto, está amenazada por la acción deliberada del Presidente.

Sí, es AMLO. Pavimenta su regreso a Palacio en dos años.

Tiene al Congreso, tiene asegurado –con leales a él– la próxima dirigencia nacional de Morena, y ya no estará el contrapeso del Poder judicial.

Claudia Sheinbaum, sea cual sea su ideología, quisiera un cambio de mando con estabilidad y sin problemas económicos adicionales a los que ya hay en el horizonte.

No lo va a tener, pues el poder real está y estará en manos de AMLO. Y a él le gusta, además, el poder formal. Los halagos, los súbditos políticos, la ovación permanente.

A pesar de su alta votación, Claudia Sheinbaum asumirá la Presidencia en condiciones de enorme debilidad.

Tendrá la banda, pero el hábito no hace al monje.

En dos años vuelve AMLO.

El Financiero

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