SINALOA TAPIZADO POR HALCONES

Alfonso Carlos Ontiveros Salas

No se trata de esas aves rapaces que graznan al emprender el vuelo o cuando pretenden aparearse. Son los vigilantes de la delincuencia organizada.

Trabajan las veinticuatro horas y andan montados en motocicletas utilizando radios y celulares, siguiendo abiertamente a los convoyes de militares, de la Guardia Nacional o de la policía civil, también se manifiestan como limpiavidrios en los cruceros, y otras formas para informar de inmediato a sus patrones de alguna alarma que los pueda comprometer en su seguridad personal o en su libertad.

La paga no es mucha, pero sus dosis de estimulantes están aseguradas. La seguridad personal de esos informantes de la mafia es muy frágil porque cualquier falla en sus misiones se pagan con la muerte.

Ese ejercito de halcones, son muchachos jóvenes en edad escolar para el nivel preparatoria o grados superiores. Algunos son muy temerarios, provocan a los militares y policías, pero con un fin distractor, ya que lo que pretenden es hacer que se desvíen del rumbo o de la ruta en el que podría ponerse en riesgo la seguridad de quien les paga.

Esa puede ser una razón para que los delincuentes no sean atrapados, ya que, al alertarlos de la posible visita a sus domicilios de las policías, evita que puedan ser capturados. Por ello, cuando logran obtener la orden para un cateo nunca detienen a nadie, solo aseguran algunos pertrechos como armas o droga.

Las autoridades estatales no han podido o no han querido crear sistemas de reforma penal para que esos auxiliares de la delincuencia puedan ser sujetos de delitos y penas, y no propiamente tipificar el nombre por el que se les conoce. Hace falta denominar un delito que identifique a esos malhechores y darle una descripción típica que tenga sustento cabal para que no se violenten, desde su creación, derechos fundamentales de esas personas, aunque sean delincuentes.

El secretariado ejecutivo del consejo estatal de seguridad pública debe tener a su cargo ese tipo de iniciativas, entre otras muchas que realiza, y no esperar sentado a que el gobernador le truene los dedos para que entre en escena su actuación.

Los halcones representan un peligro para la seguridad en general, ya que son promotores de que el delincuente evada la acción de la justicia. El número de vigilantes camuflajeados es bastante elevado, por lo que el costo que le representa a la delincuencia organizada debe ser muy alto.

Los halcones nublan el cielo sinaloense y las autoridades lo saben, pero no los atacan. Esa pasividad gubernamental que es muy visible puede verse en dos vertientes, solapar la presencia criminal de los halcones para no quebrantar acuerdos o simplemente por el número de halcones dispersos en todas partes del estado, no los atacan porque no hay policía suficiente.

Aparece de nuevo, la gran responsabilidad gubernamental que no hace lo necesario para contar con una policía que se apegue a las necesidades de cada ciudad, pueblo o ranchería. Prefieren abandonar a esos jóvenes en lugar de rescatarlos. Pueden más las complicidades con el crimen que reencausarlos por el sendero del bien. La UAS es una opción, pero prefieren atacarla que ayudar al saneamiento del tejido social. Ya basta de apetitos políticos revanchistas.

Los jóvenes rosalinos llevan tatuado el conocimiento en sus corazones, mientras que, esos jóvenes abandonados deberían estar refugiados en las aulas universitarias abrevando el conocimiento que ha hecho grande a la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Jóvenes utilizados como burros al servicio de la delincuencia organizada, a los que el gobierno no les importa lo que les ocurre, esa legión que puede convertirse en la guía que construya el conocimiento del futuro. No los abandonen, no los dejen morir.

La UAS no se toca, la autonomía universitaria se respeta.

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